De suicidas y... “suicidadores”


 Jack Kevorkian y su “Thanatron”


El pasado 3 de junio de 2011 falleció a los 83 años de edad Jack Kevorkian — triste y peyorativamente apodado por los medios como Doctor Muerte—, víctima de dolencias renales y cardíacas.
Apasionado defensor y practicante del derecho a morir digna y voluntariamente, ayudó a cientos de pacientes a poner fin a sus vidas usando su “máquina” Thanatron (máquina de la muerte), la cual permitía que el suicida se aplicara una dosis letal de cloruro de potasio. El procedimiento y la máquina —un poco truculentos—, consistía en tres recipientes, cada uno con una jeringa que se conectaba a una venoclisis insertada en las venas del paciente. El primer recipiente contenía una solución salina simple, el segundo tiopental sódico para inducir al sueño y la tercera la mezcla letal de cloruro de potasio que detenía en forma súbita el corazón adicionado con bromuro de pancuronio, un relajante muscular para evitar las contracciones y espasmos musculares preámbulo de la muerte.

El proceso era el siguiente: Kevorkian o su asistente empezaban aplicando la solución salina. La persona que quería morir liberaba los barbitúricos accionando un interruptor, pulsando un botón o halando un cordel, dependiendo de su incapacidad. Luego de eso, un temporizador o el brazo relajado del paciente que caía cuando las primeras drogas habían actuado, accionaba el mecanismo que administraba la dosis final, la letal. La idea era que estas últimas drogas entraran al torrente sanguíneo cuando el suicida estuviera dormido. Se reporta que la muerte ocurría en unos dos minutos...
Tras serle retirada la licencia médica, y al no tener ya acceso a las sustancias que administraba, creó otra máquina llamada Mercytron (máquina de misericordia) con la que un paciente podía suicidarse respirando monóxido de carbono. Para esto, simplemente metía la cabeza en una bolsa plástica, accionaba una válvula que liberaba el gas desde un cilindro a presión y moría asfixiado. Según los estimativos de Kevorkian, la muerte se producía en unos 10 minutos, por lo que el doctor alentaba a sus pacientes a tomar sedantes y relajantes musculares para que se mantuviesen en calma mientras respiraban el gas.



 La Máquina de Liberación de Philip Nitschke

Otro de los pioneros del suicidio asistido fue el doctor Philip Nitschke, inventor de la Máquina de Liberación y del software que la controlaba. Este fue un procedimiento aceptado por unos años en el Territorio Del Norte, en Australia y, aunque era permitido que el médico inyectase al suicida, Nitschke prefería que el procedimiento fuese automático e iniciado por el paciente.
La máquina también utilizaba la venoclisis para inyectar una dosis letal de barbitúricos, una vez que quien quería morir respondía afirmativamente a una serie de preguntas que aparecían en la pantalla de un computador portátil. Tras el último “SI”, mediante la interfaz apropiada, el software accionaba la máquina y se iniciaba el proceso. Así, el doctor no necesitaba estar presente, dejando al paciente en la intimidad de la compañía de su familia...
Siguiendo la línea de Kevorkian, pero de una manera menos traumática, en 2008 Nitschke desarrolló una nueva máquina de muerte: la Exit International Euthanasia Device, lo cual se podría traducir en algo así como Dispositivo de salida para la eutanasia internacional. Utilizó un tanque ordinario de los usados en los asadores de jardín lleno con nitrógeno a presión, una bolsa plástica para suicidios y algunas mangueras plásticas que conectaban uno y otro dispositivo mediante cinta adhesiva. Fue una mejora del Exit Bag plus helium descrito en The Peaceful Pill Handbook (El manual de la píldora pacífica), ya que el nitrógeno tenía varias ventajas sobre el helio:
‒ Se pueden obtener mayores cantidades de nitrógeno y los flujos son más durables.
‒ Este gas es más “fisiológico”, sin posibilidad de reacciones adversas (se ha reportado que el helio causa algo de espasmos durante la muerte).
‒ Si hay alguna fuga durante el tiempo en que el cilindro esté almacenado, puede ser recargado con mayor facilidad a las 400 libras por pulgada cuadrada requeridas; los cilindros con helio utilizados para inflar globos en las fiestas, si tienen fugas, no pueden ser recargados y deben ser descartados.

Nitschke lo llamó “perfecto” e “indetectable”. Inhalar nitrógeno puro causa la pérdida de la conciencia en aproximadamente 12 segundos y causa la muerte unos minutos después. El principio tras la efectividad de este aparato es que la privación de oxígeno lleva a la hipoxia, a la asfixia y a la muerte en pocos minutos. La privación de oxígeno en presencia de dióxido de carbono (como cuando retenemos la respiración por largo rato) crea pánico y una sensación de sofocación (respuesta de alarma a la hipercapnia o aumento de presión de dióxido de carbono en la sangre), así como de lucha aún estando el paciente inconsciente; mientras que la anoxia en presencia de un gas inerte como el nitrógeno no presenta ninguno de estos inconvenientes. Por ser el nitrógeno más liviano que el dióxido de carbono, lo desplazará fuera de la bolsa. “Parece que nos pidieran que los seres humanos vivan con indignación, dolor y angustia mientras que nosotros somos respetuosos con nuestras mascotas cuando el sufrimiento les llega a ser demasiado. Simplemente no es lógico ni maduro. El problema es que hemos tenido demasiados siglos de tonterías religiosas”, Philip Nitschke, abril de 2009. También afirmó: “Creo que el derecho a controlar nuestra muerte es tan fundamental como el derecho a controlar nuestra vida”.




Tal vez donde esté más aceptada la práctica de la asistencia para la muerte sea Suiza. En efecto, allí no está prohibida y más bien se trata de ampliar la regulación para evitar, de alguna manera, el llamado turismo de la muerte.
Exit y Dignitas son las dos organizaciones suizas que promueven y apoyan este principio, acompañando a los suicidas y suministrándoles bajo prescripción médica el barbitúrico natriumpentobarbital. La condición es que la persona que busque terminar con su vida sea la que mezcle y beba por sí sola el agua donde se encuentra la solución mortal.
El suicidio asistido debería ofrecerse a las personas que sufren depresión crónica y no sólo a los enfermos terminales”, propuso recientemente el director de Dignitas, Ludwig Minelli, cuya demanda analiza actualmente la Corte Suprema helvética.



 Guerrero a punto de cometer seppuku

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde que era consuetudinario el rito suicida del seppuku (o harakiri, como lo conocemos en occidente y que quiere decir textualmente cortar el vientre). El seppuku era parte del código de honor bushido que usaban voluntariamente los samuráis para morir con honor en vez de caer en manos de sus enemigos y verse sometidos a posteriores torturas. Una forma de escape anticipado al dolor...




También mucha agua desde la época en que una de las formas más fáciles y dignas de suicidarse era aferrarse al timón de la nave que se hundía. Pero estas muertes no eran buscadas como escape al dolor, sino como un acto de amor con la nave que se amaba. O como un mantener en alto la cabeza, mirando al horizonte más allá de la proa, pues se consideraba indigno abandonar a su suerte a la embarcación. Suerte que debía ser compartida.




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