Guiándose por los astros


Desde tiempos inmemoriales, los astros han ejercido una atracción casi hipnótica sobre los seres humanos. Y no es para menos, pues en sus primeros estadios de semi racionalidad, lo único que alumbraba con suficiente intensidad las noches cavernarias eran la luna llena, lejanos volcanes en actividad o incendios causados por los rayos. Hasta que el homo sapiens aprendió a conservar el fuego o a iniciarlo a voluntad. Lo que le permitió asentarse y dedicarse al estudio de los misterios nocturnos...
Nunca sabremos cuanto se demoró este primigenio observador en establecer las relaciones entre los movimientos aparentes y de las vueltas cíclicas que las luces lejanas daban sobre su cabeza. Pero de seguro, pronto descubrió que algunas luces permanecían casi fijas y que todo parecía girar a su alrededor.
Tal es el caso de la Estrella Polar, término que se refiere a la estrella Polaris, de la constelación de la Osa Menor, visible en el hemisferio norte. Sin saber de constelaciones ni otras denominaciones modernas, sí tenía la suficiente paciencia como para darse cuenta que dicha luz permanecía prácticamente estática en los cielos y que eran las otras luces las que giraban alrededor de ella. Con muy tenues variaciones, pues el eje de rotación de la tierra se bambolea ligeramente, como si de un trompo que gira se tratase. En su bamboleo, aproximadamente cada 26.000 años repite la misma posición...
La utilidad práctica para la navegación de una estrella polar —bien sea en el norte o en el sur—, es que siempre señala hacia una de esas direcciones y que el ángulo que forma con respecto al horizonte es igual a la latitud a la que se encuentra el observador. De ahí su importancia. Debieron pasar siglos antes de que se pudiera establecer otra de las coordenadas básicas de la navegación, cual es la longitud respecto a cualquier meridiano de la tierra, pero ese es otro cuento...
Infortunadamente, en el hemisferio sur no hay una estrella tan brillante al ojo desnudo como la Polaris en el norte que pudiera servir para señalar la dirección sur. Las veces de esta las hace la débil Sigma Octantis, en la constelación de Octans, llamada la Estrella del Sur. Mientras que Polaris tiene una magnitud aparente1 de 1,97 la de Sigma Octantis es casi invisible, con apenas 5,42.
¿Y cómo hicieron los pueblos al sur del Ecuador para guiarse en sus viajes, usando estrellas apenas visibles? Bueno, se valieron de la constelación Cruz del Sur que apunta hacia donde debería haber una estrella polar del sur suficientemente brillante. Y tuvieron que valerse también del clima, de cómo y dónde se acumulaban grandes nubes, de las corrientes y lo que ellas contenían, de las aves y los peces que eran comunes en ciertos sitios de la inmensidad del mar. Pero principalmente de por dónde salían ciertas estrellas y por dónde se ocultaban. Toda esta información conservada mediante la tradición oral y ¡memorizada mediante canciones y danzas!
Tal como lo demostró Pius “Mau” Piailug (1932 – julio 12, 2010), navegante micronesio nacido en Satawal, experto en recorrer sin instrumentos el vasto triángulo polinesio enmarcado entre Hawaii al norte, Isla de Pascua (Rapa Nui) al este y Aotearoa, nombre maōri de Nueva Zelandia al sur-oeste.

A bordo de la Hōkūle‘a, canoa de doble casco, demostró que la navegación en el Pacífico Sur era —desde siempre— cosa de todos los días y que las innumerables islas no habían sido pobladas por azar. Para ello se valió de las imágenes mentales que tenía de la zona, de lo aprendido en canciones y danzas y del “compás” de conchas que sus ancestros utilizaban, donde desde el tupul (ocaso) hasta el tan (salida), están representadas estrellas como Wuliwulifasmughet o Polaris (Hawaii queda en el hemisferio norte. Es de anotar que en la línea del Ecuador, ambas estrellas polares son visibles), Vega, Aldebarán, Altair, las Pléyades, Orión y Wuliwuliluubw o Cruz del Sur, entre otras.
Según la tradición popular otros viajeros, en otras épocas y en tierra firme, se han guiado por los astros. Tal es el caso de los magos o sabios que viniendo de oriente, se dirigieron al oeste siguiendo una estrella que les indicaría el sitio exacto del nacimiento del rey de los judíos. La famosa Estrella de Belén, también llamada la Estrella de Navidad.
Muchos estudiosos cuestionan la exactitud histórica de este hecho y argumentan que la ficción fue creada por el autor del Evangelio de Mateo, pero hay quienes tratan de explicarlo.
El astrónomo alemán Johanes Kepler determinó en 1614 que en el año 7 AC se presentó una serie de tres conjunciones de los planetas Júpiter y Saturno. Pudo ser la luz que siguieron los magos, aunque en un antiguo almanaque hallado en Babilonia que cubre los eventos de ese período, no se indica que la conjunción revistiera especial interés...
Otros sugieren que la estrella en realidad fue un cometa. El cometa Halley fue visible en 12 AC y otro objeto, posiblemente un cometa o una nova, fue visto en China y Corea cerca de 5 AC durante setenta días sin ningún movimiento aparente, como si estuviese suspendido sobre un sitio específico, como la estrella de Belén que estuvo “suspendida” sobre el “lugar” donde Jesús estaba...
Una hipótesis reciente sugiere que la estrella de Belén fue una supernova o una hipernova que ocurrió en inmediaciones de la Galaxia de Andrómeda. Aunque se han detectado supernovas en esta galaxia es difícil rastrear sus restos y peor aún, establecer con exactitud la fecha de su ocurrencia.
Así, pues... tendremos que echar a volar la imaginación.





1 La magnitud aparente de las estrellas es una medida de su brillo, vistas por el ojo humano en ausencia del efecto de opacidad que introduce la atmósfera (¡vaya usted a saber cómo se podría observar algo desde la tierra sin atmósfera!). Mientras más brillante sea un cuerpo celeste, menor es su magnitud aparente y aunque los griegos establecieron que las magnitudes iban de 1 (las más brillantes) a 6 (las más débiles) —idea que popularizó Ptolomeo en su Almagesto, basándose en Hiparco, el más grande astrónomo de la antigüedad—, actualmente se usa una escala logarítmica que incluso permite valores negativos para los objetos más brillantes. Así, Sirio —la estrella más brillante a nuestros ojos— tiene una magnitud aparente de -1,4, la luna llena de -12,74 y el sol -26,74.




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